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lunes, 16 de septiembre de 2013

Primer Capítulo.



De pie, en el jardín trasero del que siempre he considerado mi hogar, observo la casa de piedra de tres plantas por última vez.
A mi espalda, un grupo de personas vistiendo uniformes iguales, termina de meter en el enorme camión de mudanzas las últimas cajas. Y delante de este, el viejo coche gris metalizado tamaño familiar, aguarda aparcado en la acera.

La puerta principal de la casa se abre, mi padre y mi hermana salen al exterior con la cabeza gacha. Al pasar por mi lado, Sara me obsequia con una ligera sonrisa que dura apenas un segundo, y tras echar un leve vistazo a todo lo que deja atrás, se introduce en el coche por la puerta trasera izquierda.

David, al ver a su hija pequeña parada en medio del jardín, con el castaño pelo liso sobre la cara intentando ocultar las lágrimas, me da un suave apretón en el hombro como señal de apoyo.
Me giro hacia él y el nudo que permanece en mi estomago desde hace días, se hace un poco más grande. Tiene la cara pálida, y bajo sus ojos azules sin un ápice de alegría, descansan unas enormes ojeras que oscurecen su rostro. Mi padre siempre ha sido muy atractivo, pero ahora parece cansado, mucho más mayor. Para él, Ángela lo era todo, nunca he conocido a ninguna pareja que se quisieran tanto el uno al otro como lo hacían mis padres.
Me seco las mejillas mojadas con la manga de mi ancha sudadera negra, respiro profundamente y arrastro a mi padre hasta el vehículo, es hora de irse.



Acabo de cumplir dieciséis años, llevo toda mi vida viviendo en una bonita urbanización a las afueras de Madrid, con mis padres y mi hermana mayor, Sara.
Pero ahora, mamá a muerto y mi padre cree que lo mejor es intentar reorganizar nuestras vidas en otra ciudad que no nos recuerde cada día lo mucho que hemos perdido.
Sé que papá quiere lo mejor para nosotras, pero no puedo evitar pensar en si mi madre estaría de acuerdo con eso de empezar de nuevo en otro lugar, concretamente, donde ella se crió, en una pequeña ciudad al norte de Galicia.

El coche se detiene y miro por la ventanilla. Lo único que sé sobre este sitio, a parte de que está completamente rodeado de bosques y tiene más aspecto de pueblo que de ciudad, es, básicamente, nada.
El gran camión se sitúa justo detrás y mi padre baja del automóvil después de entregarle a Sara las llaves de la vivienda que está al otro lado de la calle. Mi hermana se gira hacia mi y me mira nerviosa.

- Crees que deberíamos entrar? No puede ser tan malo, no?

Le dedico una sonrisa tranquilizadora y ambas salimos a la calle, iluminada con la tenue luz de las farolas, puesto que ya es noche cerrada. Al parecer, el viaje ha sido más largo de lo que yo había imaginado.
Cruzamos hasta la acera de enfrente y nos paramos, observando nuestro nuevo hogar.
 Es una casa muy bonita, de dos plantas con una fachada en granate y un pequeño jardín justo antes del porche de la entrada. No puedo evitar pensar que a mamá le gustaría, seguro que, de haber estado aquí, ya estaría imaginando como decoraría todo. En seguida siento una punzada en el pecho y aparto esos pensamientos de mi cabeza.
Sara atraviesa el césped e introduce la llave en la cerradura, abre la puerta y entra en la casa.
Yo, al contrario, me giro y busco a David con la mirada, como dijo que haría, está ayudando a los empleados de la agencia de mudanzas a descargarlo todo.
Miro hacia el lado derecho y puedo distinguir el principio del bosque a una distancia no muy larga, suspiro y mientras me doy la vuelta para entrar en la vivienda, a mi izquierda, dos casas más allá, en la acera de enfrente y con la espalda apoyada en la pared, me parece ver la silueta de un chico mirándome detenidamente. No le distingo demasiado bien, pero sé que es alto, tiene el pelo corto, no demasiado, y de un intenso color negro, es delgado, pero no parece en absoluto débil.
En cuanto se percata de que le estoy observando, se sube la capucha de la sudadera roja que lleva puesta y montándose con agilidad en la bicicleta apoyada a su lado, desaparece rápidamente calle abajo.